Hola. ¿Estás ahí? Pregunta el bloguer con los ojos semidormidos y pegados a la pantalla del ordenador. Sabe que escribe para un ente inasible, fugaz, exigente. Pero no importa si uno solo de esos infinitos pasa por su blog a leer, que no sopesar por arriba, la estupidez de post que sale de sus dedos rígidos como momias.
¿Hola? Y acomodado en su butaca giratoria, se echa una manta encima y cierra por fin los ojos, baja el telón de sus párpados, corre el sueño como una persiana abatida contra la luz.
¿Estás ahí? ¿Hay alguien? Se vio viajar como un bit entonces, una señal electrónica por cables de fibra óptica saltando de pc en pc, de país en país, hasta que le interesó el post de alguien y dejó su impronta en forma de comentario. Luego dejó ese blog como quien abandona un barco y salta al mar, al océano de internet, buscando otra víctima de su opinión aguda y ácida. Leyó inumerables direcciones ip, se transformó en incontables paquetes de datos. Así algún brazo suyo se reencontraba con el tronco en Japón mientras sus piernas hacian escala en Moscú, pero su cabeza decidía qué hacer, como dato primordial, servidor de servidores.
¡Al fin! ¡Un comentario! El software del pc le advirtió con un sonido agudo. Abrío los ojos con un brillo recuperado, fuerte, vital, leyó lo que alguien le puso, y tuvo un motivo para inventarse un buen post de la manga. Eufórico, se hizo dueño del ordenador, otra vez.
ACRey.