Fuente de foto: TarotLuz

Encendí velas porque siempre tengo en cuenta que hay que encender de vez en cuando recuerdos que van quedando olvidados.

Sin embargo, encender velas es mucho más sencillo. Es apenas dar luz. No es tan difícil como atar cabos en una oración, o en toda una vida.

Recuerdo cuando estaba a solas con ella, y no estaba ella, la última que vino, la niña que me satura de una alegría rechoncha. Éramos dos, y la casa era apenas la cueva que nos daba abrigo, el espacio de la complicidad, el rincón del compromiso. La felicidad pintada de sexo, de cariño, y de un par de cervezas sentados en el balcón. No se pedía nada más. Ni nadie pedía nada porque todo se estaba dando por sí solo.

Enciendo velas. Quemo raíces. Llamo hacia la luz los fragmentos vívidos de una vida diferente, pasada, pero no suficientemente recordada. El tiempo, como un archivador, pone un papel encima de otro hasta crear una columna de la cual solo vemos su capitel. Y así será. Nos dijeron.

Enciendo velas por ti, por mi, y por la niña rica de frutas y chocolate. Nuevos ambientes. Nueva casa. Nueva felicidad.

Sin embargo, doy luz a lo que ya pasó. Me siento en el suelo. Me cobijo en la alfombra. Miro la luz mortecina que mueve los objetos traídos de otros viajes, las fotografías nuestras, los ojos grandes de la niña, su sonrisa pícara, y enciendo otra vela. Por nosotros para siempre. Espanto. Y veo entonces lo que puede traer el futuro.