Estás a punto de morir ahogado en el vaso de rutina que te consume,
a punto irremediablemente de convertirte en araña, mimético de Samsa,
trasnochado pájaro de medianoche, café de guardia y té moribundo,
a un paso de jugar con las piedras del fondo de tu abismo, creyendo que es sílex,
tú, que tienes herramientas para crucificarte,
para dar un paso más hacia la libertad de una mosca, perdido en los escombros
de un edificio que aún no cae,
y asomar por la cerrada ventana, y respirar,
el aire húmedo de cueva que llega de la ciudad,
cuando habla un violín,
un instrumento Dios en medio de la Nada, nada cotidiana de Zoé,
un simple instrumento celestial en medio del silencio de la noche.
Entonces, el aire meloso, arrepentido y trémolo,
tapiza las paredes de tu habitación,
la onda de cuerda viaja a la sensación de escape y naufragio que te pertenece,
a la estúpida idea de salir corriendo por la cerrada ventana, desnudo, presa oriunda de locura, como un cuerdo,
y la soledad ya es un hecho.
El diapazón del instrumento retumba en el estribo de tu oído interior,
y deliras.
a.c.rey.07.2008