La principal Plaza de Marrakech tiene varias entradas, la principal de ellas es una calle ancha que sirve de apeadero y estacionamiento de carros tirados por caballos, cosa que produce gran concentración de peste amoniacal de equinos, y a ello se suma los propios olores característicos de los animales, semejantes a un zoo.

Inmediatamente después hay claras líneas definidas de carros que están llenos de naranja donde te hacen el zumo del cítrico insitu. También otras filas de carros que solo se dedican a vender frutos secos, y otros que sólo venden música pirata, discos de autores árabes la mayoría que a simple vista tienen pésima calidad en la copia de la portada, y unos altavoces a reventar, vomitando su música acordonada a los cuatros vientos en la Plaza Jamma El-Fna.

Cuando vienes a darte cuenta tienes un par de monos pequeños y de pelaje verde encima de la cabeza, un par de fotos, y una discusión por la absurda forma de proceder del nativo de Marrakech que quiere cobrar 10 euros por una foto mona. Discutimos hasta la acción salvavidas de borrar la foto y cagarme en la madre del mono en pleno español, que al menos en ese aspecto se portó bien con nosotros.

Los laterales de la Plaza están invadidos de restaurantes, algunos caros y chics, otros verdaderamente auténticos al estilo marroquí, otros que tienen un mar de mesas blancas por delante y que venden comida árabe pura, es decir, comida especiada al máximo, siempre especie, siempre curri y comino, y nunca cerveza. Caminaba muchas veces y veía cerveza como debieran ser las alucinaciones del desierto. Caminaba entre motos y bicicletas y mujeres con los ojos libres apenas, otras completamente tapadas de color negro o gris, niños en las espaldas de las mujeres, hombres con batas de una pieza hasta el suelo y gorro picudo en la cabeza. Hacía fresco al mediodía. Hacía bastante frío al anochecer. Y hombres que caminaban en babuchas tan solo y sus medias en un acto de abrigo mordiendo todo el pantalón interior.

Otras de las muchas entradas a la plaza vienen de los Suq, territorios específicos de arte tradicional, donde se concentran todos los gremios que han hecho de la artesanía un modo de vida. Así se puede ver y comprar piezas de cuero, de madera, de lana, de joyería, de herrería, de especies culinarias y piedras y maderas olorosas, jabones artesanales, de frutos secos, entre ellos dátiles, cacahuetes, nueces, pasas, dulces artesanos, en fin, kilómetros enteros de negocios y trasiego de mercancías, ya sean en burros o en motos, o bicicletas, o a mano. Todo ello instalado en unas calles estrechísimas, abarrotadas de gente, y entre ellos muchos turistas que destacan por el uso de ropa occidental y tez blanca, nariz grande y orejas grandes. Y entre la gente el defecto congénito de una sociedad que olvida la salud, o que imposibilita que muchos tengan acceso a unos dientes parejos y enteros, cuando menos a la posibilidad de contar con todos sus dientes. Así vi risas que no sabía que eran risas o no lo tenía claro, otras que eran risas a medias o no eran medio risas, quizás sonrisas que tenían agujeros negros. También gente inválida o que no tienen validez adaptada para caminar decentemente, una señora vieja con una joroba tal que andaba a noventa grados del suelo, un hombre que su pie derecho hacía noventa grados con su otro pie y como que barría la calle, una señora, que vi dos veces, sentada en una especie de silla de ruedas, pero que era un invento de una bicicleta adaptada a triciclo, y que la señora hacía un vaivén hacia delante y hacia atrás de un rueda estática anclada a la cadena del piñón trasero. La segunda vez una chica empujaba, ayudando a la señora, a subir una severa pendiente en la calle. No había acera. Era un coche más como los taxis, los autobuses, los carros de caballos.

Cuando cae la tarde o comienza la noche, la Plaza Jamma El-Fna multiplica por dos su cantidad de gente diurna, comienzan los hombres que sacan música de sus instrumentos gembrit y de sus tambores, que actúan en mini obras de teatro, que hacen chistes, que hacen acrobacias de fuego, que encantan serpientes que, según un taxista nos contó, ya están encantadas de drogas para que sobreactúen en sus bailes de flauta, y la gente hace corro alrededor de todos estos actos, y aplauden, se divierten, e impiden que los turistas tomen fotos. Es cuando más se ven los dientes que no están.

Continuará…

Marrakech (I)

ACRey.

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