Era un mundo donde todo estaba al revés. La mayoría de los habitantes que allí vivían deseaban un mundo al derecho. Es así que cada vez que alguien salía a pasear al bosque los árboles mostraban sus raíces verdes en el cielo cubriéndolo todo, y a cada paso escuchaban cómo las hojas secas en el suelo se estrujaban, produciendo ese sonido típico de la vida seca y resentida. Las nubes pues parecían estar siempre como una constante niebla a ras de la tierra, extendiéndose por todos lados. La mayoría de la gente ya no querían vivir con el sinsentido de trabajar en las profundidades de las minas de flores, para luego comerciar con quien quisiera una flor sin color y sin perfume. Ya cansaba -como quien dice: ¡estamos hartos!- que los malos de corazones blancos ganasen siempre, todas las batallas, a los buenos de corazones negros, y que estos, como ocurre al otro lado del espejo, no se defendiesen. Todos llamaban a ese pedazo de tierra reflejada, Cabezarrompe.

Una mañana, en que la Luna casi tocaba al horizonte encendiendo al día como una antorcha, Iris, una muchacha de pelo negrísimo y tez india, caminaba hacia atrás como era costumbre, pensando en los libros que le gustaba leer, y en aquellos que les gustaría leer, ya que no habían sido escritos todavía. Iris solía visitar el Laberinto de los Libros, una biblioteca, e intentaba leer todo lo que su vista era capaz de alcanzar. Le encantaba la poesía de versos rimados y libres, aquellas que hacían honor al género de Poesía Enredada. Prefería además las historias de amor eterno o para siempre, y aquellas que hablasen del mundo al derecho como solución al fin del mundo reflejado. Tenía en sus manos el volumen titulado “Poemas sin reflejos”, escrito por Arco Flet, cuando Arco Flet se le acercó por detrás y le dijo:

– Conozco la solución para que las cosas se pongan al derecho, ¡cómo debe ser!

– Disculpa, ¿quién eres? – Iris puso cara extrañada.

– Soy Arco Flet, y necesito que vengas conmigo hasta el límite mismo de la tierra que conocemos, Cabezarrompe. – dijo Arco, y tornó sus grandes ojos marrones como botones en su cara blanca.

– Vaya. No puede ser, leía tu libro ahora mismo. Me llamo…

– …Iris. Lo sé – dijo Arco.

– Ah, supongo que lo sabes todo. Un poeta si no sabe algo se lo imagina, o lo inventa. De todas formas, eso que dices parece estar muy lejos. No creo que yo pueda hacer algo semejante.

– Iris, la conozco a usted porque viene con frecuencia al Laberinto de Libros, y siempre suele leer lo mismo. Por lo que, seguramente, vendrá conmigo cuando le diga que la Poesía Enredada, la fantasía, los héroes, los villanos, todos… Todo comienza en el reflejo mismo del espejo. Debemos ir allí para dar solución a las cosas de este mundo al revés. Sólo tenemos que cumplir la palabra, nuestra palabra, hacerla realidad. Por eso le he escrito estos versos. – Arco puso cara seria, cuerpo recto, y se preparó para decir:

Guardiana del futuro

Serás junto a un nombre

Velarás desde lo alto toda acción

De los hombres

Con tu traje de colores vivos

Transparente así tu cuerpo

Inasible

Iris quedó pensativa un buen rato hasta que accedió a la extraña petición de Arco, no sin antes haber hecho cábalas, fantasear con su rica imaginación. Más que perder algo –se dijo- viviría las propias historias que leía con tanta avidez, formaría parte de ellas, de aventuras, leyendas, y quién sabe, tal vez alguien escribiría sus hazañas, en un tomo bien gordo, o en dos, o en muchos.

Así que ambos muchachos emprendieron el viaje hasta los confines mismos de Cabezarrompe viviendo un sinfín de peripecias. Se empaparon de agua de lluvia cuando caía para arriba. Se rasgaron la ropa y la piel con las raíces finas de los arbustos. Subieron montañas rodeadas de mar, atravesaron ciudades que crecían veloces en medio de pantanos sombríos. También vieron muchos animales, raras manadas de animales que nadie comprendía, una sinrazón que no tenía ni pies ni cabeza. Así, cuando corrían a toda prisa huyendo de una manada salvaje de perros, búhos y monos-arañas, espantaron a otra manada de elefantes, gatos y jirafas, como si estos fuesen ovejas pastando en un prado o en una vasta llanura. A lo lejos, vieron como un avestruz peleaba con un canario para, finalmente, ser la pareja que acompañaría para siempre a una tortuga muy mona.

Varias noches después el paisaje se fue tornando plano, blanco, albino, carente de todo color y todo detalle. Era como si la vida al revés hubiese desaparecido. Sin embargo, no estaba claro dónde estaba el cielo o dónde la tierra, pero había un límite, una división apenas perceptible que se hacía notar por la diferencia de luz.

– ¡Hemos llegado! –dijo Arco- Caminó hacia Iris y la acompañó hasta el borde mismo de aquel horizonte translúcido.

– ¡Lo veo! – habló Iris como quién habla en voz alta y tiene la mirada perdida en la lejanía.

– Ahora sólo debemos unir nuestras manos… ¡y saltar! Absorberemos toda esta blanca luz, de forma que uniremos ambos mundos, y no existirá más el horizonte inerte tal como lo vemos. El mundo al revés y el mundo al derecho serán uno solo. –Arco hablaba convencido.

Entonces, sin pensarlo dos veces saltaron a la vez más allá del límite del espejo, y al hacerlo, mezclaron sus nombres. Fue cuando quedaron suspendidos en el aire como un bellísimo arcoíris. La luz de ambos mundos se descompuso en varios colores, y llovía, como si la tristeza y la alegría de todos los hombres se transformase en agua. El Sol ocupó su sitio de día, y la Luna su sitio de noche. Cabezarrompe desapareció. El mundo al derecho se impuso por encima del mundo al revés, y por eso hoy los hombres admiran al Arcoiris.

a.c.rey.1996.

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