Hacía tanto calor que la ciudad se mostraba ante tus ojos como un espejismo. Querías refugiarte dentro de una lata de cerveza, pero no había cerveza, ni latas. Tan solo una botella de ron que usaste luego como paloma con papel tragado. Un S.O.S. en el buche, dijiste. Y lanzaste la botella al mar, un día en que soñabas.
Luego te dió por usar abanicos. Exactamente, recogerlos de la basura, o robarlos, o pedirlos a los parientes de los enfermos del hospital. Las enfermeras te quitaban los abanicos por miedo a que usarás los bordes como cuchillas, o como objeto imposible de tragar. Más tú podías.
Solías sentarte frente a la ventana, y contar las gotas de sudor que te corrían por la frente. También, aquel otro sudor -pensabas- que te bajaba por los pantalones mientras apoyabas la cabeza entre tus manos, mirando a las palomas.
Alan Nal
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