Después de una segunda visita al mundo árabe, la primera hace seis años a Egipto, tengo la impresión, la certeza, de que los árabes alimentan y viven su propio caos edificado en callejuelas laberínticas y angostas, el abarrotamiento de unos encimas de otros y envueltos en un cultura filigranada de colores y formas, en todo. En las lámparas, en las alfombras, en la joyería, en la cerámica, en los edificios, en los mosaicos que adornan sus paredes, en el desorden, tal vez a propósito, de su tráfico de coches, carros, caballos, burros, camellos, bicicletas, motos, aquello que impida sutilmente el entendimiento por parte de ojos occidentales, no importan los semáforos escasísimos que ordenen algo que por naturaleza casi vive su propio desorden autorizado, quizás previsto.

Marrakech, además, es una ciudad roja (ocre rojizo) por uso en todos sus edificios de una pintura que simula el color natural del barro y adobe para la construcción de casas, construcciones que aún hoy se hacen en las zonas rurales, ello hace que las líneas rectas sean cosa de otras culturas. El ejemplo más bajo en esta ascensión, una casa bereber que visitamos donde la familia se gana la vida de las propinas que los turistas dejan por su hospitalidad museística de té de menta y fotos de sus modus operandi de vida, más la básica agricultura de cítricos y hortalizas, más la básica ganadería de un trío de vacas que conviven con ellos en su propia casa, de las cuáles toman leche los niños como mismo tomó leche aquel anciano de la ubre de un dromedario, naturalmente tibia y orgánica, como el antagónico puro de la esterilidad. La casa bereber apenas tenía ventanas y puertas. Es decir, tenían los agujeros irregulares de líneas de lo que debía ser y usado como ventana y como puerta. Y la familia bereber seguía su vida inmutable de amamantar bebés al calor de una hoguera de barro y madera carbonizada.

La antigua ciudad de Marrakech se apertrechó de una muralla que la circunvala en un gran perímetro, y que tiene varias puertas de entrada o salida, por lo que se entiende la Medina, la ciudad antigua dentro de las murallas, y fuera de ella la ciudad moderna. Pero más allá, que sería más acá en el tiempo y bajos los planes de una refundación turística de Marrakech, se alza una ciudad mucho más moderna con avenidas gigantes como planicies de una vasta llanura, y hoteles modernos y occidentales en su concepción, pero árabes en sus adornos rimbombantes de techo en madera roja, alfombras, arcos en puertas y ventanas. Por ejemplo, estábamos en un hotel de la cadena Ryad en la superavenida Mohamed VI que tenía un gran salón única y exclusivamente para la contemplación de todo el arte árabe, desde las puertas supertalladas en mil y una hendidura hasta las paredes de cerámicas superconjuntadas de colores y formas imposibles de adivinar, desde unos asientos-mesas apilables como se apilan o se esconden dentro de sí mismas las matriuskas hasta unos asientos-bancos que bordeaban las cuatros paredes muy bien acolchados y con una tapicería de formas y colores que embriagaban.

Encima de todo esto, que es la misma ciudad toda por todos lados y en cada rincón, como si fuese una loza, como si fuese un áurea neblinosa que penetra las cosas, estaba la polución de los coches mal quemados o mal combustionados, mezclado con el olor característicos de los animales cuadrúpedos que tiraban de carros o llevaban cargas, entiéndase caballos y burros con pañales exteriores que recogen ineficientemente sus mierdas, mezclado con el olor nauseabundo de un orine total y generalizado de muchísima gente, hombres, que vi aliviar sus vejigas contras paredes que no le importaban a nadie, mezclado con los olores de una cocina típica y bien sazonada de especies innumerables de citar sin que se me quede alguna, y mezclado, finalmente como un extraordinario cóctel, con las partículas de polvo rojizo y desierto y de suciedades de una atmósfera atiborrada que cerca a Marrakech, y de la que no se libra, ni es capaz de evacuar el alcantarillado generador también de sus propios malolientes gustos

Continuará…

ACRey.

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