Fuente de foto: Tegusta.

Noche de 14 Sábado en Marzo.

Christina Rosenvinge era Nicole. La bella mujer alta y blanca como un papel inmaculado era Kidman. Pero tras el micro, la guitarra y el piano, estaba Christina Rosenvinge. En la “Casa del Loco”. En esa sala nocturna de bar zaragozano que huele a bebida y tabaco.

El público escaso, pero suficiente cuando de intimidad con el artista se trata. 18 euros disuasorios. Otros carteles, otras cosas que hacer disuasorias. Más no importaba, cuando de ver a Christina Rosenvinge se trataba.

Su música rock o pop o suave, como su voz hilillo dulce tarareado, a veces con nudos de rock fuerte o metal maleable. Emocionante. Ritmo muy personal. A todas luces apagadas de la Casa del Loco, voz y estilo reconocibles, ajenos a la comercialidad barata de ganar adeptos o llenar miles de salas locas de otras casas. Así cantó Christina. Así tocó Rosenvinge.

Los fieles cantaron de memoria. Recordaron cada pasaje de voz y amor reconvertido en sexo. Las parejas que se desparejaron. La dura vida negada cuando de amor se trata. Buscar, encontrar en la otra parte lo que nos sobra. Acaso, también, no buscar ni encontrar lo que nos falta. Así de loca la noche en la casa de Christina Rosenvinge.

Ella cantó. Y sus venas resplandecían a la luz ultravioleta de las sombras. Puso su caramelo rock en el ambiente. Nos lo comimos.

A.C.Rey.

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