A Helen. Aquella porción de mi que nunca tuve antes.

Crees que el amor es una metáfora
un estado de ánimo inasible,
insondable,
viejo de rutina,
plagado de cariño mutante,
como mutan las estaciones
hasta convertir todo en Primavera.
Y es verdad.

Entonces. Sólo entonces.
Te abres nítida.
Y no te huelo para que no marchites.

El resto del tiempo te amo desconsoladamente.
Sujeto a la estela que abandonas.
Muerto de orgullo por el pensamiento que compartimos,
y por esa pequeña porción que se llama “niña”
La niña de tus ojos, por ejemplo.

Y ya ves.
Nunca es suficiente amar a las explosiones.
Tampoco a las implosiones,
del colapso de una estrella.

Y ya ves.
Robo ahora el tiempo que no me pertenece,
para que escuches la voz de un grano de polen
acusado de olvido de su abeja.

Pero no te preocupes.
Cariño.

Pero no te amilanes.
Cielo.

Recuerda siempre que el amor es una bella metáfora
que sí poseo.
Así como tengo cosas tan sublimes
como un verso,
una rosa amarilla en el tintero,
un beso con cuerpo, forma, y sabor de mora,
una eterna promesa de amarte con deseos,
locos,
arrebatadores deseos de tu cuerpo.

Y ya ves.
Nunca es suficiente.
La vida muta como lo hace siempre la Primavera.

ACRey.

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