Diseño Gráfico politizado
Por estos días me estoy enterando de «El Poder del Diseño Gráfico».
Ya lo sabía. Pero no deja de sorprender hasta que punto estamos dominados e influenciados por los criterios de los otros.
Quiere decir, que si escojo una tipografía adecuada puedo ayudar a que se sienta más miedo si anuncio una película de terror. O si manipulo un texto o una foto puedo ayudar a que una campaña estúpida y política tenga éxito, mueva a la gente, y unifique un sentir colectivo.
Sirva de ejemplo, que el año en que Cuba invirtió en una campaña internacional para «traer» al niñito Elián, las calles de la Habana se llenaron de unas fotos gigantes del niño-héroe detrás de unas barras, formato cárcel, sobre fondo negro.
Burda manipulación de una tristeza inexistente en el rostro infante, ya que (si pensamos un poco) el niño no estuvo preso nunca. Pero la idea caló en la gente y en la imagen pública como: ¡qué horror!, ¡un niño preso contra su voluntad!
Desgraciadamente ejemplos sobran. Ayer mismo el responsable de Reporteros sin Fronteras en España, era entrevistado, y decía la cantidad de países que manipulan la información arbitrariamente o no dejan acaso que «la información fiel» ocurra. Diría que todos los países del mundo violan la libertad de expresión, unos más que otros, y algunos fuera de sus fronteras SÍ y dentro NO, como el caso de Israel o Estados Unidos. Sin ir más lejos, doble rasero en la libertad de expresión.
No obstante, en países como Cuba, China, la libertad de prensa directamente no existe, porque todo lo que se escriba o se crea a favor del sitema de poder, ve la luz. En caso contrario, el creador, llámese periodista, diseñador, escritor, cineasta, pintor, es encarcelado bajo cargos tan cómicos como «predelito» (Cuba, artículo 5 de la Constitución según el entrevistado). Todo ello dice mucho sobre cómo actúan los países sin democracia.
¿Hay moraleja? Sí. Hay moraleja.
¡Cuidado con lo que leas o veas! Siempre detrás hay alguien que «ha decidido» cómo exhibir la información.
Queda en nosotros entonces abstraernos, tomar distancias, y preguntarnos: