Sabía que hay mundos mejores, y fue a buscarlos.

Cuando montó en el avión aún pendía en su cabeza la conexión cubana, el miedo innato de cada persona a fallar, a que le sea retirada su única oportunidad.

Sentía el aliento tras sus sentidos de una vida prohibida limitada a crecer, desarrollarse, como desarrollan los niños sus músculos y corren… ¿correr o volar?, se rectificó Sandra, y se puso el cinturón de seguridad antes de despegar.

Desde el aire Cuba es una mancha de tierra con un halo blanco de espumas y tonalidades de azul, aunque en realidad el océano por momentos parece verdusco. Apenas construcción, mucho árbol, mucho verde por todos lados, como un eco de tierra virgen aún pendiente de descubrir. Y Sandrita, mija cuídate, escuchó a su madre, y la vio una última vez envuelta en una aurora de lágrimas de felicidad y nostalgia, anticipada nostalgia que llegaba ya para bien, por fin Sandra se iba.

La familia entera celebró su partida un día antes, un tiempo antes de que para Sandra se antojara realmente lejos. Le sucedieron en su mente, unos tras otros, aquellos momentos o fotografías que definen la vida de alguien, por mucho que esa vida parezca indescriptible o sea llanamente sencilla. Así, se vio de nuevo en los arrecifes con sus amigos de la universidad durmiendo bajo la endeble protección de una casa de campaña, a los pies de los cangrejos naranjas que saturan la carretera de la Ciénaga cuando hay luna llena, o cuando su madre le llevó a montar caballo por primera vez en Jaruco y supo, aún no sabe cómo, apaciguar al caballo hambriento que tiró coces de ira. O simplemente verse otra vez pasear por el Malecón, justo cuando el sol de roja luz todo lo tiñe, en un espectáculo sobrecogedor aparentemente marciano. Hay cosas que ya importan menos, como los desamores, al mismo nivel de ánimo que un día de risa eufórica, aunque queden atrás, borrón y vista al frente. Lo verdaderamente trascendente era la nueva vida de optimismo que Sandra tenía por delante, una suerte ufana que otros buscan debajo de piedras como papeles, o comprando funcionarios que como canes van detrás del dinero. Ella más que suerte tenía una abuela española que le tiró varias sábanas blancas anudadas unas tras otras para traerla consigo.

Desde el aire Madrid es una reunión de cemento rojizo, cruzada por serpientes que como autopistas engullen coches, infinitos coches. Luego la ventanilla se cubre de nubes, unas veces no, otras sí. Y Sandra tiene los ojos de quien no ha dormido, expectantes.

ACRey