Ya está, digo, y doy un manotazo a los papeles endeudados que mueren a mi izquierda.
No puedo mirar hacia ninguna otra parte si tengo al pensamiento mal educado,
como un hijo, queriendo escribir.
Es imposible concentrarme en mundanos temas si tengo pájaros
posados en mi cabeza, poniendo huevos de palabras,
o reuniendo ramas para formar algunos tristes versos.
Qué cruz de saltimbanqui se me destina.
Qué desdichada suerte de exclusión, o de olvido social me estoy labrando, qué atemporal
resulta todo cuando quiero huir y escapar, y cuando de nuevo soy retenido
por un océano de realidad trasatlántica.
Qué mal hago no ganando el pan como se supone debo ganar tal miga.
Qué falso hacer el bien si estamos rodeados de mal, de mar, de andar con la boca abierta
espetando monosílabos Sí, que Sí, y Sí. Nunca No.
Nunca negar que la tierra no produce si no recibe luz.
Que la luz en sí misma es un invento para explicar que somos ciegos.
Qué idiota de oficina que abre y cierra la puerta con la llave puesta,
idiota que bosteza.
Animal social de pelos en la lengua, y temor en la comisura de los labios.
Ser mandado, paquete de estación.
Querido obstáculo de mi mismo,
piedra en el subsuelo de la suela, allí donde el tacón roto hace cosquillas,
y medita cómo Ser o no Ser.
Y dar tal significado a simple huella que está por dejarse ver en algún sendero,
aún pendiente de ser por mi transitado.
Y suponer.
Qué rigidez de sobresalto.
Qué robo de tiempo ajeno convertido en barro.
Qué vergüenza de persona inverosímil, impoluto de cristal tintado, y nada extraordinario,
Ser de papel maché, plastilinizado, reconvertido en blando hierro,
virtual chatarra de poeta empequeñecido.
Qué voz de espanto, Dios,
Qué pena.
a.c.rey.07.2008

U like it?