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Con el hambre no se juega

Cada vez llegan más noticias por todos lados de la hambruna que está a punto de padecer Cuba, si no es, que ya está padeciendo. Además de los post que al final listo, hoy he visto en el canal de noticias 24H de TVE un reportaje en el mercado de San Rafael de Centro Habana, donde el tema era la escasez de comida.
Hace unos días hablé con un amigo acabado de llegar, hace tan solo 20 días atrás, que me contaba que en las tiendas no había nada qué comprar. Hablábamos de La Habana. En el resto del país la situación es mucho más crítica. La madre de un amiguito de mi niña, que es de Santiago, dice lo mismo y más.
Simplemente «no hay comida», y la mujer del reportaje decía que la gente empieza a ponerse «nerviosa».
Todos sabemos que «nervioso» quiere decir protestas espontáneas no organizadas de la gente común, precisamente los que no tienen qué comer. Y en el recuerdo queda lo sucedido el 4 de Agosto de 1994.
Dios quiera, o Zeus, o algún magnífico, que la gente no desespere y se coman unos a otros, o asen en plena calle a algún policía reciprocante. No es una broma, con el hambre no se juega.
El Blog de Betty
Desarraigos Provocados, Blog de Aguaya Berlín.
Hambre en Cuba, según el País.
ACRey.

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The discussion

2 comments on “Con el hambre no se juega”

  1. Gracias David¡
    A parte de pensar lo que pienso y luego de leer tu comentario, el sentimiento que todo abarca, es el de «indefensión».
    No se me ocurre ahora mismo cómo hacer para autodefendernos.
    Un abrazo¡

  2. Amaury, con el hambre («la hambre», como dirían en este barrio cañí donde vivo) es precisamente con lo que han estado jugando siempre (o uno de los tantos juegos). La escasez controlada, la alimentación controlada. Eso tiene otro componente: la batalla por ese algo de comida que nos convierter en bárbaros, no del ritmo sino de la supervivencia. Una supervivencia hecha a golpe de infinitas colas humillantes, de ferocidad manifiesta y contenida, de antídoto para el pensamiento o para llevar una vida normal, de justificación del fracaso y como justificación ajena de ese fracaso. Eso nos convierte en animales. Cada flujo emigratorio cubano queda separado del anterior por una «jaba» que cada vez se hace más pesada y onerosa, porque esa brutalidad que genera vivir en un escalón tan bajo es lo primero que tratamos de dejar atrás cuando nos vamos, y cuando nos volvemos a encontrar con alguien acabado de salir rechazamos esa imagen y nos duele y nos daña porque evitamos preguntarnos la pregunta que está rondando por ahí por nuestra cabeza: ¿y nosotros éramos así?
    El poder –cualquier poder– juega con todo.
    Saludos. David

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