Niña fuerte, de pelo amarillo y tierno carácter. Lúa cumplió cinco años. Más otros niños ya habrían cumplidos los dedos de una mano. Y otros ya sumaban un dedo de la otra. Todos reunidos. Todos.
El parque Bruil tenía suficientes niños y padres, que reunidos, en torno a las mesas, compartían todos de una tarde calurosa, llena de las pelusas blancas de los árboles que caen como nieve a 25 grados. Ica llegó a Zaragoza de Almería, hace muchos años, pero no tantos como para olvidar sus tapas andaluzas de queso y frutos secos, de pan con aguacate y trozos de inventos.
Al poco rato llegó Elena Millán. Regaló a Lúa una actuación de títeres.
Entonces salieron por orden de aparición, La rubia, el payaso Crow, y Babieca. Este último personaje de cuerda triste, caballo con aspecto de Rocinante.
Elena movía los hilos con maestría profesional de quien ama el arte del muñeco humanizado. Bella artesanía de madera, papel, texturas, ingenio, y cómo no, ese esqueleto exógeno de hilo que hace mover las historias tras bambalinas.
Sorprende que los niños vivan cosas que no son. O que no parecen. De esa forma saltan de sus asientos, abren la boca, aplauden, gritan, y pelean, con una mariposa-marioneta que no voló y quedó atrapada en el baúl de Crow.