Un amigo me ha enviado una presentación power point donde sucesivamente se comparan fotos que responden a un enunciado. Son fotos de Cuba. Las oraciones enunciadas tienen que ver con el sarcasmo de afirmar que la Revolución socialista de Cuba ha proveído a los cubanos con todo lo necesario para vivir dignamente, y en las mejores condiciones posibles.
Algunas de esas frases oratorias son los mismos carteles que el Gobierno pone por todo el país, como vallas publicitarias. Repito. Publicidad benigna y edulcurada de las bondades socialistas y del Gobierno. Un ejemplo: «En Cuba, una vejez digna y segura». Debajo, una foto de viejos harapientos pidiendo limosnas.
Cuando veo estas cosas – la presentación power point – intento abstraerme de lo que me quieren decir. La acumulación de las peores fotos de Cuba y La Habana, desde luego es para obtener de quien observe una declaración de odio inmediato hacia Cuba, y de desprecio absoluto hacia Fidel y Raúl.
Dicho esto, lo que pasa es que siendo cubano y haber pasado en la isla casi 30 años, dentro del umbral de la peor incertidumbre económica y política posible, afirmo que lo que ocurre en la presentación es verdad.
Así, un país que se llena la boca de cosas buenas que hace por su gente, no puede ser tan groseramente mugriento, y encima poner una propaganda en todos lados de oraciones felices y viejitos pulcros y alimentados.
La Habana se está cayendo a tal velocidad -y sin que nadie reponga lo caído – que pronto desaparecerá. No solo la presentación afirma esto con varias fotos de edificios empalizados y otros mitad semivivos y la otra mitad muerta. Hace poco el padre de un amigo de mi hija vino de Cuba y me contó la inmensa cantidad de edificios derruidos. Tal parece una guerra, me dijo. También JAAD en su Cuarto de Máquina da muestras de esta hecatombe habanera con las fotos que trajo de Cuba en su última visita.
Sin embargo, algo me ha entristecido acaso más. El musgo. Esa figura negra que aparece en muchísimas fotos de La Habana y en el país entero. Es como una sombra que está siempre pegada en las paredes de los edificios por dentro y por fuera. Con paciencia se puede llegar a ver musgo en la mirada de la gente. Infección. Todo parece contaminado. La ausencia total de higiene provoca musgos y una negritud asombrosa, como si siempre existiese humedad, el aspecto perenne de un aguacero recién caído, un halo negro que atrapa cosas como imán.
Pero hay más. La gente. Los niños. Los juguetes de los niños, rescatados de los años 50 de la Cuba más interior, en total armonía con el presente. También la ropa de la gente, mugrienta o carbonizada por coches infecciosos. La estimable colaboración de falta de agua suficiente -un país de agua, no obstante.
¡Y la mancha oscura está en todos sitios! En los azulejos tristes de los baños, en perfecto sincronismo con un suelo de baño indescriptible. En los edificios del Paseo del Malecón, en las vigas de madera que apuntalan esa pena llamada Habana. En los cocotaxis de color amarillo-gris, naranja-gris. Infinito. Cualquier negrura en cualquier objeto es posible. Hasta la risa y la alegría criolla está enredada de musgo, y los dientes se pierden.
Y de pronto un cartel del Gobierno que reza: «Somos felices aquí», «»Hay (no sé cuántos) niños sin escuela en el mundo, ninguno es cubano».
Increíble. Sí, me digo: «No somos felices allí».