Escenario A
La China rompió una botella en la cabeza de Omar, nombre probable del hombre con cabeza roja y pinta de marroquí. ¡Oyeee mi china, acabaste! El camarero ecuatoriano, eso parecía, dejó de servir copas para taponar, con aires de tapón, la riña entre la dueña del bar y Omar. ¡Ñoooo mi china, se te fue la mano en el kung fú! Los demás de la mesa cuadrada, no redonda, en una especie de mini ONU, abrieron hueco para que la sangre de Omar corriese cara abajo, pantalón abajo, zapato abajo, hasta las baldosas de la acera. Nosotros los cubanos, en la distancia, como siempre, hasta que llegó la policía y se puso unos guantes negros antienfermedad, la mayoría mujeres, y un par de polis fornidos como Arnold, el sueco que quiso ser presidente de Estados Unidos. La china hablaba un español chinesse a medio parecer entre un Cantón mandarín y el Barrio del Ganso en Zaragoza, pero estaba claro que cometió una infracción. ¡Jo, china, menuda infracción! La policía separó a la ONU en personas de a uno, sobretodo a Omar, que siguió languideciendo a los pies de la muralla romana, la que ansían de vuelta sus paisanos. Y la China, no dejaba de sonreír, no sabemos si era un espasmo, tenía los dientes grandes, o el botellazo era el clímax de una autodefensa bioautomática, la felicidad de vuelta, la salvación, y por eso reía. Sí sabemos que en ese momento cerró el bar, el ecuatoriano amontonó las mesas y las sillas, y la China apagó la luz.
Escenario B
Si cortases una vena en España, saldrían emprendedores como plaquetas, quién sabe para qué herida cerrar. ¿El paro? Bien. El tejido económico en España está sobresaturado de emprendedores que emprenden o la emprenden entre ellos mismos como sálvese quién pueda. No menos cierto. Hay que salvar a la familia como se salvan los muebles. Así que, en el Patio de la Infanta de Ibercaja (bonito nombre e inmaterial Infanta) se celebró un acto para emprendedores, o para engatusar emprendedores, o para tocar la flauta y observar cómo un emprendedor se contonea cual víbora del cesto del dinero público. Así que, se trata de dar el salto, de mano de un mentor con la pasta suficiente para varios niños, y asaltar los cielos. El dinero llama al dinero. El emprendedor no llama al emprendedor, excepto para comer.

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