Escenario A
Había impreso en una papelería una copia de mi tarjeta de identidad y de mi tarjeta de desempleo. No viene al caso, pero ahora caigo en que este es el mundo de las tarjetas. Todas las identificaciones posibles de todo lo identificable apenas en un bolsillo. Pues las copias, la papelería las entrega en una carpetica publicitaria extremadamente fina, naranja, y lo suficientemente dura para proteger papeles A4. Tenía que llevar todo a una oficina para inscribirme a un curso de Innovación para empresas. Estaba en la parada esperando al bus 23, absorto, ya inquieto por 20 minutos de espera, cuando una señora mayor de cara arrugada y vestida con flores me dice: ¿Vas a botar eso para hacerme un abanico? Agarré con fuerza mi carpeta naranja y le dije: No. La señora arrugó aún más la cara y dijo: No importa, ya encontraré algo por ahí. Y se fue.
Escenario B
Ya en el autobús 23, casi vacío porque es verano, vacaciones, y la gente en Zaragoza desaparecen del todo, me senté y pensaba. En la siguiente parada, alguien me toca el hombro con ademán autoritario o con derechos. Era un señor mayor de 80 años que exigía su asiento. Solo entonces fue que lo vi, me levanté, y le brindé el objeto felpudo rojo que viaja soldado al suelo y a la pared del autobús. El viejo se sentó, y suerte o no, conocía a la mujer de enfrente, por lo que comenzaron una inmediata y animada conversación sobre la miserable juventud de nuestros días, que no da el asiento NUNCA a los viejos, la residencia, 80 años, y estos jóvenes están perdidos, y es verdad, tu tienes razón, son terribles, y coño no pude más. Me acerqué y les dije: Vamos a ver, no le vi señor, le di el asiento enseguida, NUNCA es demasiado general, y a mi me saca de su prejuicio barato de hombre senil. Esto último lo pensé, claro. Y el señor me dijo: Sí, es verdad, tú no, los demás.