A lo mejor la Habana también es géminis y vive esa falacia alternativa de las dos caras, el bien y el mal, la luz y la sombra, el horror y la belleza. Pero sea como fuere, vivir allí es distópico y las almas quedan atrapadas de mil formas posibles, pegajosas almas en cierta tela invisible de una araña gigante. Quinientos años de ecléctica cultura atrapan la vista, que a la vez se pierde en el mar y regresa en forma de aguacero. Atrapa la gente con sus vicios y felicidad emulada a partes iguales así como es literal que te atrapen y te amen si das una oportunidad. Atrapa la soledad de una ciudad enquistada en el tiempo como un tumor, y a la vez, esa necesidad imperiosa de continuar y empujar la ciudad al mar por fin, a ver si todo empieza otra vez de verdad. Claro, también te atrapa el amor, por defecto o exceso, porque la Habana es eróticamente reprobable a la vez que magnética y sexy, esos labios pintados de grafitis y húmedos de tanto llover, esos brazos duros y fuertes como avenidas monumentales, esos ojos pequeños y chinos color café en la mañana en algún bar de turistas, ese pelo negro pero también ya cano como si las palmeras fuesen blancas en una suerte de sueño real, la sonrisa eterna de las cosas a pesar del tiempo tatuado en sus colores, eso es amor, la mágica ciudad que huye de sí misma horrorizada. La noche no te confunde como acuñó cierto chulo de televisión sino que te clarifica, porque resistir en tal hermosa calamidad te convierte en una esperanza, aún en la distancia, o distante, aún extirpado. Que vivas la Habana como puedas hacerlo es gloria bendita, que descubras quién sabe qué algo diferente en su olor y su historia es enternecedor. La Habana te querrá mientras la habites y acaso llorará por ti cuando alces el vuelo, te echará de menos en sus miles de trozos herrumbrados por el mundo, y solo uno mirará a tus ojos de una única forma. La Habana te quiere, creo que es amor.
ALANNAL15112024