Alan Nal terminó por sentarse en el sofá, inmóvil, como un cojín. Tenía los ojos rojos como sangre de toro. La cara desencajada como cajón abierto de bisutería. Y el ánimo… el alma… ¡Dios! A veces cuando las campanas del Pilar caen sobre la ciudad resonándola cual gigante diapasón de cobre e historia las almas […]