Hace unos años, tuve la oportunidad de visitar el cementerio de Luarca, un lugar de serena belleza enclavado en la costa asturiana. Mis ojos se encontraron con una vista impresionante, donde las lápidas blancas contrastaban con el azul profundo del mar Cantábrico. Cada paso que daba parecía contar una historia, cada tumba un recuerdo eterno de vidas pasadas. Con mi cámara en mano, capturé la esencia de este lugar, sus siluetas y sombras, su tranquilidad y su melancolía. Las fotos que tomé son un testimonio de la belleza tranquila y etérea de este cementerio, un recordatorio de la fugacidad de la vida y la eternidad de la memoria. Cada vez que miro estas fotos, me transporto de nuevo a ese día, a ese lugar, y siento la misma paz y asombro que sentí entonces.