Escenario A

El ciclista, como muchos ciclistas, vuelan por el asfalto. Y si el tiempo de la cita está cerca, o se sospecha llegar tarde, no es que el ciclista vuele, es que desaparece. Es entonces cuando la mente del ciclista se convierte en un punto estático sobre el que dejan rastros de luz las casas, la gente, los edificios, y la escuela de Alemán: ¡Anda, una pelota! Pensé de inmediato porque veía la cosa redonda como aterrizaba bajo un coche. Y claro; niño es igual a pelota. Frené. En seco. Pero el niño estaba preso tras una valla de la escuela de Alemán. ¿Señor, me coge la pelota? Bajé del ciclo. Cogí al gato, o sea la pelota, y la lancé al patio de los pequeños alemanes. Todos los niños corrían ya detrás del balón cuando montaba en la bici, menos uno. ¡Gracias Señor! Me dijo.

Escenario B

Dios quiera que cuando llegue a viejo sea lo suficientemente avispado para cruzar calles y avenidas con paso firme. Y que respete a los hombres rojos como guardias civiles. O a los hombres verdes como señoritas de una juventud irremediablemente  extinta y salga corriendo entre los coches detenidos. No lo sabré hasta que llegue el momento. Pero sí sé de momento que hay viejos que cruzan calles y avenidas quién sabe porqué señal de una juventud irremediablemente senil. Hay viejos que confunden coches con ganados, calles con cañadas reales, y bocinazos con relinches de caballos. Hay viejos de tres patas, y hasta cuatro, y otros motorizados por el paso de cebra contra natura, que, en cualquier caso, cuando aparece el Guardia Civil quedan petrificados en el medio de la nada.

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