Siento que quiero escribir sobre algo que aún no sé. Es como si se instalase la ambigüedad en la razón y en los movimientos de los dedos. Quizás un frenesí de ideas que se agolpan todas a la vez en la puerta. Un conglomerado pastoso y amodorrado del cual quiero arrepentirme. O no. Quizás en realidad no exista nada en esa puerta que es mi conciencia. Una puerta abierta para que entre y salga el vacío cuando quiera, la impertinencia de un aire sin oxígeno, un tal vez, y sin embargo, algo hay.
Enfrento a la pantalla en blanco de Wordpad como a un toro de lidia, un peligro rico y dulce de peligrar, el deporte loco de hacer puenting sin cuerda elástica, la machacona voz cansina del tedio irremediable. O Peor. Siempre hay algo peor desde luego. Pero no quiero averiguarlo.
De tanto exprimir y lubricar, al final aparece una oración, una casi palabra al menos semimuerta, neonata, perecedera. De tanto en tanto, una vocal, qué más se puede pedir a un día como hoy, dónde estoy en huelga con el vocabulario, y no crea que pueda salvar al mundo.
Se trata entonces de hacer leña de la puerta caída, que al menos significa un símbolo de mi ineptitud para cerrarla o abrirla, y acaso hasta para hacer una hoguera. Se trata de que no trato conmigo mismo, ni con lo que espero ser de algo, ni con lo que he sido, sino de los silbidos, de los abucheos de algo tan mediocre como esto que escribo. Pero aquí estoy. Combatiendo. Peleando con algo tan inverosímil como un montón de bits en blanco.
Y al final, si es que hay final o porque la lógica prevista indica o predispone que siempre hay final, tal vez no suceda nada. Es así de simple. Quedará una ambigüedad blanca tal que no se podrá curar, ni espantar, ni asir, ni colorear, ni terminar…
ACRey.