Primero, el silencio. Un bosque invernal, troncos desnudos, luz cálida filtrándose entre las ramas. Allí, los novios compartieron un momento íntimo, lejos del ruido, rodeados solo por la geometría natural y la promesa de lo que vendría.
Después, el estallido. Una finca en los alrededores de Zaragoza, desde el mediodía hasta la medianoche. Todo el mundo estaba allí. Una boda típica, sí, pero con alma. Personal wedding cuidando cada detalle, un grupo musical animando la fiesta, y los novios… brillando.
Fue una celebración completa: desde la calma contemplativa hasta la euforia compartida. Dos escenarios, dos atmósferas, una sola historia de amor. Y yo, detrás del objetivo, acompañando cada paso, cada gesto, cada emoción.