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Una boda entre sal y luz

Una casa alquilada para la ocasión, convertida en refugio de risas, abrazos y miradas cómplices. Arena bajo los pies, mar como testigo, y un fin de semana entero donde el tiempo pareció detenerse. Solo familia y amigos cercanos, los imprescindibles.

Desde Zaragoza hasta la Manga del Mar Menor. Un viaje que no solo fue físico, sino emocional. Me contactaron por internet, pero lo que encontré allí fue mucho más que una boda: fue una celebración íntima, auténtica, bañada por la brisa marina y el calor de los vínculos verdaderos.

Fotografiar ese momento fue como entrar en una burbuja de verdad. Nada impostado, nada excesivo. Solo amor, cercanía y la belleza de lo sencillo.