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Hay despedidas que duelen como una despedida de verdad. Porque se intuye que la visión del otro será cuando ocurran ciertas condiciones. Eso hace que la tristeza en sí se descomponga en un cúmulo de experiencias alegres y agrias. Y se puede, incluso, llorar. Celia Cruz sabía mucho de esto.
-¡Adiós! – Quiere decir, tiempo insondable entre nosotros, abismo ocupado por tierra y mar. Quiere decir, también, que la familia es simplemente una carta en el juego inhumano del Gobierno cubano. El mal de todos los males posibles. El cáncer de los sentimientos. Adiós explícito y en lágrima propia, por un futuro incierto y lejanísimo.
– ¡Hasta pronto, padres! – Porque un día todo puede ser distinto. Una familia de verdad, no cristalizada, no dividida por el muro berlinés de la política cubana. Lejos y cerca, como corresponde a las relaciones del siglo veintiuno. Si acaso una cámara web puede aliviar la distancia. Acaso un jpg con la última sonrisa de la nieta provoque entusiasmo. Pero internet, tal como se entiende en todo el mundo, no existe en Cuba. ¡Hasta luego, padres, mientras tanto!
Soy responsable desde el primer momento en que aplico mi derecho a expresarme. Más no soy responsable desde el primer momento en que soy inducido ante la calumnia y la injusticia en que la gente de mi país sobrevive, y por lo cual me expreso. Dicho a ellos, y a ustedes, para que “abrir los ojos” sea lo más parecido al comienzo de la libertad.
Nunca ¡Adiós!, debería ser una realidad normal, familiar, condición típica de un avión en el aire por nueve horas, un año apenas para besar y abrazar a los nuestros. Pero, Siempre ¡Adiós!, es lo que sustenta al gobierno cubano, y lo que lo enriquece.
Padres, os quiero. ¡Harto de despedidas!, con toda la tristeza que me embarga.