A Solange, ya desaparecida.
Una mujer basta como la tierra,
pero humana y desinteresada ad infinítum.
Me enseñó que se puede vivir del aire,
teniendo atmósfera.

Es Otoño.
Es Grisen.
Es la magia en tránsito de una hoja seca cayendo.
La vida izada de Solange -a la vez-
ahora que la bandera ha plegado
y el himno calla.
Es su pelo contrariando al viento,
su sonrisa tallada de arrugas, de Grisen.
Su tabaquillo entre los dedos recios de campo,
de escuela, de francés,
las uñas que tuvo sembradas de fresas.
Agacharse es sentir la tierra, me dijo.
El barro de los pies no obstante que separa la vida
entre Grisen y los Olivos
entre los Melocotones y los viñedos de la vida,
Solange,
Grisen.
Aquí en tu alma sembrada de nosotros. Hallados.
Aquí en nosotros sembrados de tu alma.
Estamos.
Solange, Guillermo, Inés, y el resto
de los que hurgaron en tu felicidad.
Extraordinario. Sí.
Qué bella la casa mustia, desordenada,
apagada en si como las velas que se te apagaban,
ese halo de olvido y eterno sinfín
de cosas sin importancia.
Lindo. ¿No?
El caracol y la araña,
las ramas secas,
el hogar que nunca tuvo carbón ni leña.
Los amigos y el vino,
el fresal.
San Miguel, y San Solange.
Por eso aquí, allí. Es tu forma de ser.
Tu andar deshilachado,
admirablemente único.
Siempre Solange, siempre.
Es Otoño.
Es Grisen.
a.c.rey.Otoño.2003