Foto x ACREY: Zaragoza 2009, sábado 4 de abril.
Por Santa, y por bendita paz santa que se nos muere en un ruido de procesión. Es época. Es semana de Fe.
Devotos que se agrupan en torno a una cruz, a un santo de su devoción, -nunca mejor dicho. Grupos que en marcha simétrica recorren las calles acordonadas por otras gentes ávidas de tradición. La meticulosa creencia. Observar plenamente. Creer.
Asistir al retumbar de tambores y bombos, capirotes de colores varios, niños y adultos ocultos en la Fe, y tomados de la voz en silencio.
Se escucha a la sangre brotar encima del cuero. Los nudillos que asen la varilla se abren cual lazo de regalo. Algunos pies llegan a ser parte del pavimento. Algunos pavimentos lloran después, al pasar, cuando pasa, la procesión.
La tradición es un traje. Un traje es un color que identifica a un Santo. Un Santo de rostro compungido vuela en hombros. Los hombros de los hombres sufren. Otros fotografían.
Tanto así que en el bajo Aragón existe la ruta del tambor, estatua incluida. Monolito tallado de hombre y tambor. Efigie de Calanda, Híjar, y otros pueblos que “rompen la hora”. Dícese de quien toma una porción de tiempo, hora, y le provoca infarto múltiples de cuero rebotado. La vibración pues parece venir desde dentro de los cuerpos.  Justo en la boca del estómago se instala la hora rota, herida, sangrienta, aquella resurrección.
Hay tiempo en toda una semana para ser más santos, más austeros, más creyentes de algo pendiente de ser creído. Excepto la procesión, la voz itinerante del público que enaltece.
Santa semana nos espera. Ya comienza. Ya está aquí.

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