Otoño en Agüero, originalmente cargada por ACRey.

Suelo desaparecer los fines de semanas en el Pre-Pirineo Aragonés. Exactamente, en el pueblo de Agüero, Huesca, Aragón.
Tengo la suerte de disfrutar en familia de esta casita antigua, con esta hiedra (por ahora llamémosla así), que cubre el frontal de la casa. La planta funciona como el termómetro tardío del otoño. Las hojas de verde intenso se convierten en hojas bien rojas, hasta que se caen.
El pueblo a su vez funciona como una ventana, un salvoconducto hacia otro tipo de libertad, aquella que se encarcela en las grandes ciudades.
Es así que cuando abro esta ventana respiro aire puro envuelto en un aroma de hierba y pastoreo bobino, éter de montaña, pino y romero. También la gente, gente de pueblo, amable y sencilla. Sorprendería saber que muchos de los que habitan las casas de Agüero, los fines de semana, son parejas jóvenes con sus hijos, de las ciudades de Huesca y Zaragoza.
Entonces el eco de los niños viaja por las angostas calles, o se concentran en el parquecito que tiene un par de columpios con vida propia. Para ellos este finde fue especial, entregaron sus cartas al Paje, personaje de la tradición navideña. Fue cuando caí en la Navidad, en el arraigo que tiene esta cultura en el mundo occidental, y que fue extraída como un tumor de la tradición cubana, por lo que no siento nada, apenas el disfrute que da ver a otros (niños) disfrutando, de su carta al Paje, del lanzamiento de caramelos, de la bebida de chocolate, los dulces, los regalos. Agüero en cambio, ajeno e inmutable, continuó con su clima frío, húmedo, y de sol escurridizo.
Cuando regreso a Zaragoza, siempre tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido.
ACRey

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