Mira que intento olvidarme de Cuba y todas sus mierdas, escribir sobre otra cosa, algo que sea placentero, light, y demás adjetivos que inviten al sosiego. Pero es virtual y prácticamente imposible. Sobre todo porque siento, tengo corazón, y otros órganos que hierven ante la injusticia.

Lo último. Advertir, mediante presión psicológica a Aguaya Berlín, una de las blogueras cubanas más representativas de la blogosfera isleña, a la hora de salir de Cuba en su último viaje. Leer para creer.

Su post-testimonio, objetivo, emotivo, con párrafo de su madre incluido, para poner juicio justo en tela o mantel de mesa de comedor, a la hora en que las familias se reúnen. ¿Vale la pena denunciar las violaciones de los derechos humanos en Cuba?

¿Qué coño le pasa al Gobierno cubano? ¿Que cosa fétida es esa de manipular personas, pertenencias, niños, acabar con la paciencia de la gente, como si no importase nada a las autoridades, al gobierno?

Lo curioso es que ya lo sabíamos. Hay antecendentes. Ya sabíamos que no hay ley, excepto la ley de impunidad total y absoluta de las autoridades. Lo mismo da si Aduana o Policía. Ya sabíamos que sus métodos preferidos son el uso del miedo para amedentrar, y el uso emotivo de las separaciones familiares para eso mismo: andar callado y sin hablar si quieres continuar viendo a los tuyos en Cuba, o entrar y salir del país, aunque tengas que pagar 40 euros al mes, como una cubana que conozco y trabaja en un bar, en régimen de entrada y salida, mientras cumpla, pague, y calle.

Como dice el blog Hasta Cuando¡, no hay derechos a no tener Derechos.

¿Quién nos va a salvar? Nadie.

Sólo hay dos formas, dos opciones.

1- Callar. Aceptar las condiciones de Cuba, para continuar una vida preconcebida y universal de padres, familias, país, reencuentro. Pagar las exageradas cuotas de todo papel y toda condición que ninguna otra nacionalidad del mundo paga, para ver a tu familia y disfrutar de tu país, o querer volver. Más que corriente, ser un ciudadano de pacotilla, servil, humilde, ovejero, sin más ánimo que morderte la lengua y tragar noticias en silencio, desprovista (bajo miedo tenaz) de toda capacidad de raciocinio.

2- O liberarte para siempre y del todo, al opinar lo que quieras y dónde quieras, según una conciencia humana adquirida por propia experiencia, y no por miedo condicional y condicionante. Callar también. Pero cuando sucedan episodios de trauma social y humano de la gente, la nación, hablar bien alto. Gritar si es preciso con dos cojones: que en Cuba existe represión psicológica subyacente, y visible, en cualquier arista de la sociedad, cultura, arte, deporte, política. ¿Qué duda cabe?

Por demás, opino que tengo un cerebro sobresaturado de la opción 2.

Me relevo varias veces al día leyendo de todo. Me revelo como una foto ante la sinrazón, lo arbitrario, la sandez ridícula de las autoridades cubanas. Me rebelo disparando palabras en post como si esto solucionase algo. Sin embargo, de eso se trata, opinar y dejar claro, que muchos escriben y sienten, porque hay cosas que para lograrlas no han de andar ocultas.

Desde aquí, mi apoyo y solidaridad con Aguaya, y cualquier otro cubano que pase por tamaña farsa.

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