Emocionante despedida. Dorada muerte.
Tu guante blanco de lentejuelas ya es un símbolo. Ya era el ardid que te diferenciaba. Así como los calcetines de cuerpo presente. El sombrero indi, los paraguas, las sombrillas, los para-astros, o contra todo clima posible. La burbuja.
También tus gafas oscuras, que nadie sabe qué escondían. Ni siquiera bajo todas las flores del mundo.
El mejor padre posible de todos los posibles padres, dijo tu hija. Más mi hija pregunta: ¿quién eres?
El truco de la eternidad -bien sabías- es mantener el interior de uno embriagado de infancia. Aquella piel tersa del abrazo inocente de los niños. Hallar la inocencia que desaparece a cada paso. Volver atrás, y quedarnos para siempre sentados en un columpio.
Pero, ay¡, el dinero. La bacteria que consume y presume de no sé cuál dinero. Los lingotes, que ahora -lo quieras o no- serán sacrificados. Los que te untaron de pasta verde hasta undir a la tristeza en la tristeza. Los que se inventaron historias para ser untados también. Neverland. Neversad.
Claro. Tu música. We are the World. And we have seen you until death. Negro o blanco no era la cuestión de Hamlet, ni tuya.
Dios te tenga en pista de baile hasta el agotamiento del fin del mundo.
Despedida dorada. Muerte emocionante.

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