Ahora que muchos tienen miedo de que mañana se acabe el mundo. Ahora que ya no hay casi de dónde sacar o consumir o gastar o botar. Ahora, que en realidad, sí hay para sacar y consumir y gastar y botar… Es que nacen iniciativas que quieren concienciar a la sociedad de la importancia de reciclar. Convertir o más bien reconvertir, lo desechable, en productos echables, después de haber sido usados, en una cómica orientación de colores para cada tipo de material.

Es la moda. Aunque ya hace tiempo que empezó en otras partes, Alemania por ejemplo, la clasificación colorimétrica de la basura. Y el énfasis se hace en los niños, los futuros gastadores, consumidores, botadores, del mañana.

La calle indiscreta, es un aula precisamente diseñada para teñir de verde los cerebros de los niños, usando para ello cuentos, magos, canciones, museo, todo, completamente todo, orientado a una supuesta cultura verde, y su circulación en sangre.

Todo esto está muy bien.

Pero me da repelús la insistencia de las Administraciones en lavar el cerebro de los niños con jabón verde en aras de una supuesta futura sociedad amable con el medioambiente. Cierto que asistir al aula es voluntario y un acto lúdico, de relleno de tiempo, para los niños, pero influir en lo que los otros deben o no pensar, deban o no hacer por el bien de un futuro mejor más que cuestionable, no es demasiado ¿control? Y sobretodo, además, es demasiado negocio para las empresas encargadas de reciclar, que se ahorran la clasificación en sus respectivos trenes de producción, o que por monopolizar, monopolizan hasta la basura.

Cierto que el medioambiente se va quedando en un ambiente medio, de calidad sospechosamente negativa, pero la solución no es imponer jugando ni jugar a imponer reglas, sino en educar a los monopolios.