a los artistas para niños que no siempre tenemos dentro, ni cerca.

Hay otras formas de ver el mundo. Una de ellas es ponerse en el lugar de un niño. Sólo entonces cobrarían sentido y vida las marionetas. Y las pequeñas casas de cartón, los árboles de tela, los peces de papel, el agua de poliespuma azul, serían la única verdad inocente.
El Teatro Arbolé, es una suerte de suerte. Contar con ellos es tener la oportunidad de que los niños de Zaragoza salgan a navegar de vez en cuando, a disfrutar de un cuento animado de títeres y escenario de retazos.
Llegó la Expo, y sacó de la chistera un nuevo teatro, con nuevo escenario, más amplio, más butacas, en fin, más sueños de dragones y piratas. Pero lo verdaderamente aumentado, para bien de padres, niños y niñas, es la calidad del argumento y la escenificación de una obra infantil, como nunca antes había visto. Y el héroe de este post, el que me convirtió en enano sultán o duende de agua, se llama Lamar de Marionetas y sus Leyendas de Agua.
Dos obras, una hora. Pocos personajes y diálogos, pero no hacía falta abrumar al público infante cuando el personaje principal era la música de seis músicos en directo. Voces solistas, coros, flauta, guitarra, laúd, campanillas y hasta tumbadora. El resto es una historia de niños. Excepto una gran fuente con agua, micrófono, y una mano que chapoteaba, hacía olas, capturando el sonido que cada movimiento producía. Verás que para sorprender se necesita de sorpresas, mucho trabajo coordinado, muchas horas de atrezzo, y voluntad de sacar valor a cosas cotidianas como un par de cuerdas elásticas, o la luz ultravioleta de las discotecas, aquella que hace destacar todo punto blanco.
No es suficiente vivir o acercarte a Zaragoza por la Expo para entrar al Teatro Arbolé, se necesita tener un niño. O en su defecto, encogerte de magia, para que pases como tal.
Por eso esta noche me acostaré cantándome alguna canción infantil, que aún tendré que recordar.

ACRey.

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