En un viaje que hice al Morro tomé esta foto. En ese momento no sabía que existirían los blogs, ni sabía que escribiría tanto sobre Cuba. Tampoco sabía que la nostalgia -me gusta llamarla en realidad «lo que no tuvimos», «lo que no estaba»- se puede representar como una pesadilla, un estado de somnolencia, hasta el punto de vivir los estadíos de una prisión. Supongo que cuando la Habana sea libre, nos liberaremos también nosotros, no importa dónde estemos.

Quizás también, porque allá dentro queda la familia de uno y de otros que son amigos, y de otros que no son amigos pero están presos de verdad, o más bien, están físicamente presos.

Quizás porque hoy tan solo nos queda evocar nuestro estado de consciencia, nuestra responsabilidad directa o indirecta de que aquello, como la Habana toda Cuba, esté como está. Sin embargo, no hay culpa. Si fuimos adiestrados con una venda en los ojos, cortándonos cada nervio que comunicaba con la realidad, y en cambio, nos rellenaban de guata, entonces, ¿de quién es la responsabilidad?

Hasta que un día cualquiera uno amanece con ojos nuevos, porque de tanto pensar en lo que se ve, de tanto atar cabos sueltos que no concuerdan con la irrealidad de los períodicos y las noticias, de tanto escuchar rumores de todo tipo que desembocan en una corrupción espectacular, en una doble moral, una doble vida que hay que vivir obligatoriamente para sobrevivir, de tanto Todo, uno llega a sus propias conclusiones.

La suerte es que no nos pueden quitar la capacidad de pensar. De hecho, existen muchos que la han conservado. Porque ya no están, como la Habana toda Cuba, en la isla. Porque aún dentro existen quienes se revuelven contra el lavado de cerebro nacional, las ratas blancas que no se dejan tratar en el laboratorio cubano.

Cuando tomé esta foto no sabía lo que hoy sé.

El estado del conformismo es una estrategia para domar sociedades, donde se usa el estímulo del premio y el castigo, para inducir comportamientos afines al Estado, al que tiene el poder.

La suerte es que no nos pueden quitar la capacidad de pensar. Así como que muchos no quieren comerse la zanahoria , y prefieren el castigo público, donde reside el éxito.

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