Imagino cualquier casa desaparecida
de cualquier parte de la isla.
Todo hábitat de pared traslúcida,
techo estrellado y abierto
a la indefensión,
en un cerrar y cerrar de ojos.
Toda casa invisible,
así como invisibles eran ya la gente del campo.
Y de la ciudad.
Imagino a la madera podrida de viento
la pintura ampollada de ira y agua
demorando la noche, y el frío
calando en un televisor en blanco y negro.
Imagino al árbol de mango sentado a la mesa,
la ropa, la poca ropa del siglo pasado,
empapada de resignación, maloliente
de una corrosión política deforme.
Las fotos aquellas de mi hijo de España
reconstruida en fango a color.
El dinero aquel que se ahorró
escondido en un colchón de muelles usados,
muelles pervertidos,
dónde no dormirán más putas ni niños.
Imagino el hambre de gente con hambre.
Las piedras cocinadas con arena de mar,
y la bodega muerta de sal, de sed,
de pan viejo y verde al menos.
Imagino un caos de plátanos y cocos,
cabezas aplatanadas, sin solución.
La estampida de las hojas de la naturaleza,
contra su voluntad,
y la de todos.
Una desviación casual entre la vida y la muerte,
con el apoyo de un lema victorioso,
que huele a tabaco sin liar.
La posibilidad aquella de sobrevivir colgado de una ráfaga.
O empinar una teja de fibrocemento como un papalote,
y escapar.
Imagino los llantos de la gente,
los lloros de la luz en un apagón perenne.
Las plegarias enjutas de una nación sin voz,
que intenta hablar.
Atrápanos confesados.
Si es que existes.
a.c.rey.09.2008

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