Escenario A

Caminaba. Yo me movía con paso ágil. Y ella estaba postrada en una silla de ruedas cuando le pasé por al lado. Paraplejia casi absoluta. Apenas un mando tipo joystick sensible a los pequeños movimientos que ella hacía con su puño apretado. Pero no podía subir la imperceptible rampa. Le ayudé empujando. Él, otro que caminaba con paso ágil, ayudó con el joystick. La señora iba hacia un bar cerca y allí la dejamos. Él, el otro que supe más tarde se llamaba Sergio, fue en busca de ayuda a la residencia de Disminuidos Físicos de Aragón. Mientras, la señora balbuceó, que no pidió, un par de churros y un café. Con paciencia lentísima le introduje los churros en su boca, poco a poco, mordida de gorrión en mordida de gorrión, con sorbos de café en pajita color rosa que le acerqué, también, a su boca. Sergio regresó. Esperamos un tiempo finito. Nos fuimos.

Escenario B

La ministra de cultura de España tiene las orejas grandes. Nadie es perfecto. Y nadie será recordado por su aspecto físico, sino por lo que haga en vida o deje de hacer. Cerrar páginas web, por una insinuante descarga de música contra toda ley, a favor de todo pronóstico de mujer villana, o cibernauta con cartel de “malo”, es cosa de gente inculta. Bajar precios para que la cultura sea verdaderamente del pueblo sería la solución. O cerrar compañías Multinacionales que se lucran más de la cuenta con las tan víctimas artistas. ¡Pobrecitos!

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