Escenario A

Ya tenían mucho tiempo de cama, sábanas y alcoba. Años enteros esperando cigueñas, con el sobresalto infinito que produce esperar algo que no llega, en la boca del estómago, allí donde comienzan los problemas. Sesiones eternas de inseminación artificial, para ella. Sesiones mecánicas de masturbación en los baños de los hospitales, para él. En el fondo, unos nervios, unos llantos, unas ganas terribles de procrear. Un día la decisión de «adoptar» se abre como una ventana, y entra el aire fresco. Tranquilidad. Sosiego. Un niño húngaro del Lago Balatón esperaba en su ciudad natal a unos padres distintos. La madre, por fin, hizo el viaje a Hungría embarazada de dos meses.

Escenario B

Xiaomei -nombre chino real, pero no el real de esta historia- tenía un año y medio cuando unos padres españoles buscaban adoptar a una criatura china. Los jóvenes padres hicieron el viaje hasta la misma China para encontrar la felicidad. Y la encontraron, al menos entre ellos. Tuvieron a la niña durante una semana, tiempo estimado para el conocimiento mutuo y preliminar entre padres y niños, y entre padres. Sin embargo, los jóvenes no tenían claro aquello de ser padres y soportar niños ajenos. No era cuestión de dinero. No. De hecho, Xiamoei teóricamente heredaría la dote que las autoridades exigen a los extranjeros para adoptar niños, a petición de los no-padres. Un par de fotos. La muralla china. Los mercados. La comida asiática tal como es. Hasta que el avión regresó a España con unos padres jóvenes y compenetrados. Sin Xiamoei.

el resto de la colección de las cretinas realidades en esta página.

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