Escenario A
Corría. Porque me gusta sudar por las mañanas, a veces. Porque me gusta correr al lado del río Ebro. Y ese día un señor mayor, con pinta de deportista frustado o antiguo, hombre en chandal y con la bici aparcada, tomaba fotos a un par de niñas o chicas tipo «lolitas» de las páginas pornos, entre el follaje de los árboles que impiden ver a las torres del Pilar. Las niñas, vestidas, justo al pasar yo, cambiaban de posición, del banco a otra pose fotográfica que no alcancé a ver. Apenas vi que se quitaban el jersey ya que el frío comienza a desaparecer, y sus coletas simétricas se movían como colas de caballos. Más adelante, al pasar fatigado por delante de una patrulla de la policía, entre jadeos y el aire que huía, conté aquella imagen, la psicosis, la primera impresión que casi siempre acierta. ¿No podría ser el abuelo?, me preguntó el policía con cara oculta en gafas. Quizás. Le contesté.
Escenario B
Días como hoy abundan en Zaragoza. Días en que el viento es lo más desagradable que pueda suceder. Tanto, que actúamos como quién navega en barco. Es mareante caminar, controlar la perpendicularidad del cuerpo, aguantar, que aún frío el viento, hiela el ánimo de la gente. Sin embargo, Zaragoza vive, se mueve, las calles tienen cuerpos que,  hoy Primero de Mayo, buscan bares abiertos. La mañana protestó. La tarde y la noche ahogaran las penas.

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