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Zaragoza. Sala Oasis. Muchos cubanos. Muchos españoles.

Sale el grupo cubano Karamba con el cantante protagónico enfundado en un gorro de invierno y unas gafas oscuras. Era de noche, y sólo hacía 18 grados. Música mezcla en las voces que cantan, en la tumbadora, en el piano, en la batería, en las guitarras eléctricas. Fusión termonuclear de ritmos difusos. Exceso de guitarras, y acordes tipo jazz, tipo blues, tipo salsa, tipo tecno, y pop, y funky, y reguetón. Al final había que escucharles. Pero.

¡Caramba¡ Algunas notas no aparecieron, o se olvidaron en la alegría rebosante del grupo, antes y durante. Chirriaban guitarras como bisagras mal engrasadas. La voz. Oye, las voces como patatas sin pelar, como grumos. Pero había que escucharles, y ver sus ademanes de la más pura escuela cubana de música. ¿Identidad? ¿Soy el rico mami ven pa´cá, en un par de ademanes tipo abanico, es identidad? Pero.

¡Caramba! ¡Al fin! Algo cubano que no parece «extrictamente» cubano. Se nota riesgo. Se respiró el hecho de huir del son, y de la salsa, y del songo, y de la Vieja Trova. Algunas canciones sobrevivieron a las carambolas de la noche. Otras aún duermen. Pero chico, ¡qué frescura más compacta¡ Todo fue diferente. Caras ámbar. Luces de colores y volumen arrollador.

El Karamba máximo se quitó su gorro de invierno y dejó ver su pelo afro años 70´s. El otro Karamba, el rubio, con gafas y sin proyectar la voz, pro-yec-tar, se dice. Pero bien. En general de 10 un 7 a toda la banda, a la Sala Oasis, y a los técnicos. No así a la cerveza con precios de alcurnia. ¡Caramba!

Es como decir: ¡Bienvenido Karamba!

¡Y hasta la próxima!

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