A veces siento que estoy en el limbo fronterizo de la identidad. Ni cubano, ni español. Por tanto reacciono ante algunas situaciones de una manera no catalogada en el acervo emocional y de experiencias de las personas de mi entorno, que suelen ser españolas, y hasta propias mías. Así que de igual manera mi relación con cubanos no llega a ser como se podría pensar «entre cubanos», sino que es entre gente que ha venido de Cuba, faltaría más.
Es decir, que nosotros, no somos ecuatorianos porque no andamos en grupos, o no nos reunimos con asiduidad, ni para hacer valer una acción social necesitamos de otro ecuatoriano o más, por lo que luego serían, dos, tres, hasta perder la cuenta. Y con respeto, hacia nuestros amigos de América, tampoco somos bajitos.
Lo mismo ocurre con otras comunidades de amplia representación en España, como la Rumana, aunque sean altos, o la comunidad árabe de África, que son moros y nosotros los cubanos no. Elemental.
O sea, según mi experiencia, la relación entre cubanos es «tú en lo tuyo y yo en lo mío», y si nos vemos por ahí ya me invitarás a una cerveza.
Al principio, cuando me di cuenta de esto, pensé que era un problema mío, alguna falta de humanidad hacia el compañero cercano que sólo él sabe como vino a parar aquí. Pero no. Ha sido contrastado por otros cubanos que al menos veo una vez cada tres meses. Y la sensación es la misma. Andamos sólo y para nuestros pasos. Sólos. Rodeados de españoles y otras nacionalidades. Compitiendo por las mismas cosas inasibles que todos en este lado del mundo desean: Sueños y realidades.

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