Fuente foto: Espacioblog

A los 45 minutos del año 2009, asumí que los fines de años eran definitivamente un invento cualquiera de alguien que pone fecha a la nostalgia, y a aquella necesidad de celebrar algo. Si quitamos todos los humanos conceptos tan sólo es una rotación más de la Tierra.

Pero poniendo humanidad al día 31 del mes de Diciembre, caigo en la desesperanza de que cada final de año viejo es peor o más triste que el anterior, y que el tiempo nos pone precisamente viejos, y lamentablemente ya nada nos conmueve igual. Ya no están los padres y los cerdos asados en una nube etílica que tal parece la pura cubanidad, el arraigo de una costumbre que no sé cuando empezó. Cambié todo eso por una novia española, una hija, y una mariscada a lo español, a unas doce uvas que no hay dios que se coma a cada campanada, a unas botellas de champán que no recomiendo tomar de tan indigesta y generadora de gases, como si uno al final de la comida se convirtiese en globo, y regresase a casa colgado de un hilo.

Ya no es lo mismo. Ahora entroniza la velada una pantalla plana y unos programas tan estúpidos que uno acaba sonriendo como un estúpido más, un objeto consumidor de música pregrabada, artistas de renombre internacional que cantan falsamente en un micrófono verdadero. Luego los fuegos artificiales a los lejos, y a lo cerca un brillo perdido en mis ojos reflejados en el cristal de la ventana, como una implosión.

Atrás, en una memoria almacenada para cuando mi hija pregunte, unos 31 de Diciembre atiborrado de puerco, arroz congrís, yuca, y plátanos tostones. Atrás, en una especie de feedback para cuando mi hija pregunte, una música ensordecedora, unas ruedas de salsa entre tíos y primos y padres y abuelos, y una escoba que canta los colores del semáforo, y cómo no, unos cubos de agua vertidos a la calle San Lázaro para mojar a todo lo que pasase en ese momento. Pocos, la verdad, pero siempre salía bañado algún ciclista borracho, alguna guagua fantasma, algún camión usado como vehículo privado de fiesta y chanchullo. Tirar agua para sacar lo malo, sanear el hogar.

Feliz año 2009. Todos piden lo mismo. Todos los años se pide lo mismo. Se desea aquello que se carece, aquello bueno que se quiere amplificar.

Pido pues una justicia universal equilátera, un gobierno cubano que no sea el que está hoy. Libertad plena para Cuba, libertad para los presos políticos, que ese engendro de revolución que se autoproclama revolución perenne y eterna, cese sus cumpleaños fastuosos con síndrome de Narciso. Pido una gota de agua para aquellos que tienen por labios una suela de zapato, un grano de maíz para aquellos que tienen su estómago como el pozo sinfin de Alicia en el país de las Maravillas. Libertad para la ONU o su desaparición, que se invente la vacuna perfecta que cure todos los males. En fin, pido todos los días del año 2009 para pensar, y hoy, primero de enero, ya pensé lo que quiero escribir.

ACRey.

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