Hay una rama. Hay otra rama. Hay un montón de ramas secas que se unen y se enredan entre ellas. Hasta que el cielo de tenue azul, parece un pedazo de tela con varios cortes negros. Es invierno.

Hago otro encuadre con las manos como si fuera yo mismo una cámara. Apunto a un objetivo absurdo como absurdas son las tontas cigueñas que no traen niños. En mi pequeña pantalla de dedos veo la mitad de un culo de mujer, una sonrisa de niño, la mitad de la rueda de una bicicleta. El fondo es borroso.

El significado está en la nieve que no cae en esta ciudad, en el barro de hielo y mugre que no existe en las calles, en la sal que no está, aquella porción de mar que ayuda a no resbalar. Es miércoles. También se atraviesan los coches en doble fila, que sí están. Pero lo que merece la pena es que no hay apenas sol, ni calor, ni lluvia, ni viento fuerte, tampoco viento débil. 

El próximo encuadre es una señal de STOP. Y en el otro próximo encuadre tenemos una oreja de un hombre cualquiera que está sentado en un banco cualquiera, de este parque que es único. La oreja color crema resalta sobre el fondo verde del follaje de los arbustos. En este parque todo está dispuesto en forma circular. El centro es una gran estatua ecuestre en honor a los que murieron en una guerra pasada cualquiera. 

Es muy entretenido unir cosas que no tienen nada que ver entre sí, excepto quien une dedos, y crea. Excepto que es Invierno, pero tampoco hay frío, ni surge el vaho de la boca que empaña espejos de coches. 

Me aparté de mi banco. Encuadré el Norte como pude, en un acto loco de aparente cordura. Pero bien pude encuadrar el Sur, quizás como acto cuerdo de aparente locura. No tendría forma de saberlo, de todos modos.

Encuadré mi silla. Y me fui impulsando haciendo girar las ruedas con las manos.

 

ACRey

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