Vivimos en un apartamento muy pequeño en Zaragoza. Suficiente para 3. No así para 4. Y la niña desde siempre ha querido tener un perro, un gato, o cualquier mascota sin que importe la especie.
Hija única. Supongo que los juguetes de plásticos no son suficientemente vivos ni expresivos, y por eso la Mascota, en su pequeño subconsciente, hace el papel de hermano, hermana, juguetico vivo que se mueve sin pilas.
Un día, encontró un caracol y lo llevó a casa metido en una botella con hojas. Le puso «Babosín». Hola Babosín! – dijo al día siguiente en la mañana. Un par de días después, murió.
Otro día, una Mariquita en una caja con tapa agujereda, abrió sus alas salpicadas de manchas rojas, hasta que voló, o murió también. No lo recuerdo.
De alguna manera el papel de los abuelos es llevar la contraria a los padres. Y así la abuela de Zoe le regaló un pequeño pollito en una caja de zapato. La niña estaba más que contenta. Alimentaba a su pollito todos los días con granos y pan. Le ponía agua. Lo sacaba a pasear por la casa, y el pollito cagaba el parquet y movía sus patas como si el suelo fuese tierra parda.
¿Zoe qué dice el pollito? Pío, pío, pío… Soy su mamá.
Una semana después, la rigidez en el cuerpo del pollo quedó de manifiesto con la extensión de sus paticas.
Murió.
 

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