Número D 161. Pase a la mesa 4. – Dice la voz electrónica de una megafonía moderna, digital, automatizada.
Se levanta de su asiento un hombre negro mirando fijamente a los números rojos de una pantalla  anclada al techo. Tiene unos papeles debajo del brazo, y avanza con pasos tímidos por aquella sala inmensa abarrotada de desempleados. Se podría decir que este hombre ha venido de África buscando el sueño español, equivalente al sueño americano, y parece que no lo ha encontrado.
– Número A 74. Pase a la mesa 3.
Otra causa. Otra realidad. Otra gestión posible en la búsqueda de empleo, encontrar un medio de vida que garantice el alimento y el techo, reflejado en la cara ambigua y desencajada de esa mujer joven y de buen ver. Quién sabe si vino para una actualización de sus datos, o para darse de alta en la prestación por desempleo, esa cantidad posible ya trabajada, ya apropiada por el Estado, que ahora, amablemente, devuelve para que esa joven mujer pueda seguir comiendo, pueda seguir pagando su hipoteca, quizás, o manteniendo a sus niños. Quién sabe.
– Número D 162. Pase a la mesa 4. – Vuelve a decir la casi voz humana con una claridad idiomática sorprendente.
Los funcionarios de esta oficina tienen suerte. No tienen que sentarse ellos mismos ante sus propias mesas y verse atendidos por ellos mismos. No parece una contradicción. Aunque parezca que son intocables, en realidad muchos funcionarios de estas oficinas no son fijos, ni son del Estado. Pero ahora mismo son los más necesarios, los que más trabajo tienen. Nadie está a salvo cuando una crisis como esta aprieta a todos los niveles. Y sino, que le pregunten a esa otra mujer ya mayor, que acaba de cruzarse con el hombre negro número D161, y comenta en la mesa 4 que su empresa de 20 años cerró porque el mercado desapareció. La mujer mayor era jefa de su sección de Diseño de Mercado. La chica de la mesa 4, amablemente, le dice que a la edad de 55 años lo tiene verdaderamente difícil, pero no se desanime, dice, hay ofertas de limpieza de oficina y como teleoperadora, es lo único que hay, ahora mismo.
– Número B 208. Pase a la mesa 11. – Los números rojos de la pizarra electrónica quedan unos segundos pestañeando, B208, B208, B208.
Un hombre español de 40 años conversa con el que tiene al lado, un chico recién graduado que aún no encuentra su primer empleo. Le dice que su fábrica embotelladora de cerveza paró la línea 1, la suya, donde al final de la línea  velaba por la calidad de las latas. Por eso estaba allí. Y por eso también todos los días por la mañana, además del café, se toma en el bar una cerveza por sí mismo, y para salvar el empleo de sus amigos. Hay que consumir, dice. Estuvo 7 años embotellando cerveza. De hecho, trata de mantener su rutina diaria de levantarse temprano como si fuera a su fábrica, solo que va al bar, y entre otras cosas lee el periódico completo. Y nada.
– Número B 209. Pase a la mesa 11. – Los números rojos quedan quietos.
El hombre de 40 años que tan animadamente conversaba se levanta de su sitio y comienza una discusión lógica, con el ecuatoriano dueño del número B209, justo frente a la mesa 11. El ecuatoriano comenta que le tocaba a él, que vino bien temprano, que tenía que encontrar un trabajo antes de decidirse a regresar a su país, cosa que al hombre de 40 años  no le importaba en lo más mínimo. Nadie se inmutó. Los desempleados  continuaron sentados en su sitio o de pie, esperando pacientemente su turno, hasta que vino un funcionario de la oficina y puso paz. Envió al hombre de 40 años, el B208, a la mesa 12.
– Número A 202. Pase a la mesa 5. – dijo la megafonía con aparente normalidad.
Antes de que se escuchase en toda la oficina el número A202, nítidamente, una chica con gafas de sol, salía por la puerta hacia la calle, enfundada en su abrigo barato de piel artificial. Ya en la esquina más próxima arrugó su número A202 y lo tiró al suelo. Luego cruzó una calle, y más adelante, otra.
a.c.rey.01.2009
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